En todo caso es recomendable que la Iglesia, en cuanto institución, no se vincule a ninguna opción política concreta y esté siempre libre de cualquier ideología, pues puede hacer que los conflictos civiles se transformen en conflictos religiosos y puede perder mucha libertad para anunciar proféticamente el Evangelio de Cristo. Lo que no puede la Iglesia de ningún modo es ser ajena a los problemas sociales, políticos y económicos. Su condición de “signo e instrumento” del Reino de Dios le exige interés, colaboración y participación activa para buscar las mejores soluciones, que salvaguarden y promuevan los valores del Reino.
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