miércoles, 16 de noviembre de 2011

COMUNICADO DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE NICARAGUA


A nuestros sacerdotes, religiosos  y religiosas, agentes de pastoral, pueblo católico, hermanos en la fe cristiana, a todos los nicaragüenses, hombres y mujeres de buena voluntad:


1. Los Obispos de la Conferencia Episcopal de Nicaragua, como discípulos de Jesucristo que nos pide en cada momento de la historia «juzgar lo que es justo» (cf. Lc 12,57), y conscientes de la misión recibida de Dios, quien «nos confió el ministerio de la reconciliación» (2 Cor 5,18), deseamos ofrecer como pastores de la Iglesia una palabra de luz y de esperanza al país en este difícil momento que vivimos, a raíz de las elecciones nacionales celebradas el pasado domingo seis de noviembre.



2. Ante todo queremos manifestar nuestra admiración hacia esa gran mayoría del pueblo nicaragüense que con tanta decisión participó en este proceso electoral. Nos llena de regocijo constatar que nuestro pueblo haya demostrado su madurez política ejerciendo su derecho ciudadano al voto, no sólo para apoyar a la alianza o partido de su preferencia, sino intentando fortalecer el sistema democrático de nuestro país y ser responsable del futuro de la nación.

3. Hay que decir, sin embargo, que esta determinación madura y cívica de los nicaragüenses no ha sido respetada como es propio en un sistema democrático auténtico, debido a las irregularidades que han caracterizado este proceso electoral desde el inicio. Ya en nuestro último mensaje del 7 de octubre, constatábamos la desconfianza que se percibía en la ciudadanía frente a las actuales autoridades del poder electoral, y que creaba ya antes de las elecciones «un ambiente lleno de recelo y de prejuicios que ponían en entredicho su carácter de legalidad, honestidad y respeto a la voluntad popular» (Mensaje de la CEN, 7.10.11, n. 9d). Reconocemos que ese recelo y desconfianza popular se ha materializado en las numerosas denuncias que ciudadanos, organismos de la sociedad civil, observadores nacionales e internacionales y partidos políticos, han hecho públicas en cuanto a la falta de transparencia y honestidad con que fueron administrados estos comicios electorales.

4. El Consejo Supremo Electoral no ha sido capaz de «ejercer sus funciones con responsabilidad y honestidad, actuando con tal transparencia en el escrutinio de los votos que no permitiera ni la más mínima duda acerca del respeto a la voluntad popular en estas elecciones» (Mensaje de la CEN, 7.10.11, n. 13). Esto ha producido lógicamente un fuerte descontento en gran parte de nuestro pueblo en relación con los resultados oficiales, los cuales no ofrecen garantía de reflejar con fidelidad la voluntad popular. De este modo la legitimidad del proceso electoral y el respeto a la voluntad del pueblo han quedado totalmente en entredicho. Como creyentes poseemos la firme convicción de que cualquier acción deshonesta que atenta contra la soberanía del pueblo, no es un simple hecho éticamente negativo, sino algo reprobable a los ojos de Dios, quien espera que las autoridades civiles sean las primeras en «conocer el derecho» (Miqueas 3,1), es decir, las primeras en respetar y hacer cumplir las exigencias de la justicia.

5. La incertidumbre que se ha creado en el país no debe ser, sin embargo, motivo de desaliento, antes bien debe llevarnos a crecer y madurar como sociedad, reunificada alrededor de una conciencia ciudadana responsable de sus derechos y deberes y comprometida con la paz que es fruto de la justicia. Si hay que exigir a las instituciones que cumplan con su deber y a los poderes del Estado que respondan a sus obligaciones, a través de todo tipo de manifestaciones públicas y privadas y en el marco de los derechos humanos, hay que hacerlo siempre en modo pacífico. Al mismo tiempo demandamos a las autoridades de policía y a cualquier otro grupo que se le respete al pueblo su derecho a movilizarse y a manifestarse pacíficamente. Rechazamos toda forma de agresividad y violencia, sabiendo que ésta no es jamás la solución adecuada a los conflictos y haciéndonos merecedores de las palabras de Jesús: «¡Felices los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios!» (Mt 5,9).

6. Urge recuperar el Estado de Derecho, en donde el poder está sujeto a la ley. Si no se logra esto, no habrá avance democrático en Nicaragua y se estarán repitiendo continuamente errores del pasado, que podrían conducir al país a mayores divisiones, a enfrentamientos violentos y al retroceso económico y social, con toda la carga que esta situación comporta para las familias y para cada ciudadano en particular. Es obligación de los políticos y principalmente al gobierno encontrar con urgencia la mejor solución legal y cívica para superar la crisis actual del país. Nicaragua necesita que todos sus hijos e hijas puedan encontrarse y convivir en una sociedad basada en la verdad, la tolerancia y la justicia, en la que todos podamos reconocernos.

7. No debemos perder la esperanza. San Pablo nos da una lección sobre la esperanza cuando se pregunta: «¿Cómo es posible esperar una cosa que se ve?» (Rom 8,24). No nos desalentemos ante lo que no se ha podido aún construir en materia democrática, sino más bien esforcémonos por hacer real lo que es todavía posible en Nicaragua. Exhortamos a todo el país a vivir este momento no con pesimismo, sino como un reto para nuestra esperanza. Esperar es tener capacidad para ver, aun cuando nuestros ojos no ven. Esperar es recuperar nuestra capacidad de seguir soñando con una sociedad mejor para todos y esforzarnos para que ésta llegue a ser posible: una sociedad construida a partir del diálogo entre todas los sectores de la nación y fundada en el Estado de Derecho, la legalidad, la solidez institucional y caracterizada por un desarrollo socio-eonómico sostenible del que puedan gozar todos los ciudadanos. Para los creyentes esperar es acoger cada día la gracia de Cristo Resucitado que hace nuevo este mundo con la fuerza de su Espíritu.

8. Que la Virgen María, Madre de la esperanza, ya en vísperas de la fiesta de su Purísima Concepción, nos acompañe en este esfuerzo y proteja con su amor maternal a Nicaragua, consagrado a su Inmaculado Corazón, y conduzca a todos los nicaragüenses, sin distinción alguna, a amar y construir la paz.


Dado en Managua, a los dieciséis días del mes de noviembre de dos mil once, “Año de encuentro con Cristo en la Palabra”.