"Este mes de Octubre se inició con el despliegue de santos colosales como Santa Teresa del Niño Jesús Dra. de la Iglesia, el santo elogiado por moros y cristianos: Francisco de Asís y la abanderada de misericordia del siglo XX: Santa Faustina Kowalska. Le sigue otra colosal santa Dra. de la Iglesia y que hunden sus raíces en la espiritualidad del Carmelo: Teresa de Jesús; y donde la piedad mariana puede deleitarse en las advocaciones de nuestra señora del Rosario y de las Victorias. Una fiesta que nos empalma en nuestras raíces católicas, la de san Lucas evangelista autor del tercer evangelio y los Hechos de los Apóstoles y los Santos Simón y Judas Tadeo. En este despliegue majestuoso de un arcoiris variado de espiritualidades y de fe, la Iglesia nos propone el Domund: domingo mundial de las misiones, para orar y colaborar co ella, no sólo afectiva sino efectivamente. NO dejemos pasar este mes si imitar la vida de estos santos que nos interpelan con seguimiento fiel y no exento de pruebas, pero superado por su amor a Jesús"
CIUDAD DEL VATICANO, lunes 17 de octubre de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la Carta apostólica en forma de Motu proprio titulada Porta fidei del Papa Benedicto XVI con la que se convoca el Año de la fe, publicada este lunes.
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1. «La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22). Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo –equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.