jueves, 17 de marzo de 2011

AYUNAR A COMO DIOS MANDA


En estos tiempos de ayuno, como que hemos perdido su verdadero sentido. En nuestros pueblos, es un momento de comidas emergentes de muerte lenta: almíbar o dulce de frutas, sopa de queso o cuajada, buñuelos, rosquillas, tiste... las pobres iguanas y garrobos tienen sus días contados...


En cambio, el ayuno que agrada a Dios es: "Grita con fuerza y sin miedo. Levanta tu voz como trompeta y denuncia a mi pueblo sus maldades, y sus pecados a la familia de Jacob. Según dicen, me andan buscando día a día y se esfuerzan por conocer mis caminos, como una nación que practica la justicia y no descuida las órdenes de su Dios.
Vienen a preguntarme cuáles son sus obligaciones y desean la amistad de Dios. Y se quejan: «¿Por qué ayunamos y tú no lo ves, nos humillamos y tú no lo tomas en cuenta?» Porque en los días de ayuno ustedes se dedican a sus negocios y obligan a trabajar a sus obreros. Ustedes ayunan entre peleas y contiendas, y golpean con maldad. No es con esta clase de ayunos que lograrán que se escuchen sus voces allá arriba.
¿Cómo debe ser el ayuno que me gusta, o el día en que el hombre se humilla? ¿Acaso se trata nada más que de doblar la cabeza como un junco o de acostarse sobre sacos y ceniza? ¿A eso llamas ayuno y día agradable a Yavé? ¿No saben cuál es el ayuno que me agrada?
Romper las cadenas injustas, desatar las amarras del yugo, dejar libres a los oprimidos y romper toda clase de yugo.
Compartirás tu pan con el hambriento, los pobres sin techo entrarán a tu casa, vestirás al que veas desnudo y no volverás la espalda a tu hermano. Entonces tu luz surgirá como la aurora y tus heridas sanarán rápidamente.
Tu recto obrar marchará delante de ti y la Gloria de Yavé te seguirá por detrás. Entonces, si llamas a Yavé, responderá. Cuando lo llames, dirá: «Aquí estoy.» Si en tu casa no hay más gente explotada, si apartas el gesto amenazante y las palabras perversas; si das al hambriento lo que deseas para ti y sacias al hombre oprimido, brillará tu luz en las tinieblas, y tu obscuridad se volverá como la claridad del mediodía.
Yavé te confortará en cada momento, en los lugares desérticos te saciará. El rejuvenecerá tus huesos y serás como huerto regado, cual manantial de agua inagotable. Volverás a edificar sobre las ruinas antiguas y reconstruirás sobre los cimientos del pasado; y todos te llamarán: El que repara sus muros, el que arregla las casas en ruinas. (Is 58,1-12)

Y buscando sobre el sentido cristiano del ayuno, me encontré con una recomendación de San Pedro Crisólogo, obispo de Rávena, doctor de la Iglesia, escrita en el año 450 (imagínate desde cuando) y dice, comentando este texto de Isaías:
 El que practica el ayuno debe comprender qué es el ayuno: debe acoger con agrado al hombre que tiene hambre si quiere que Dios le acoja con su propia hambre; debe ser misericordioso si espera recibir misericordia…
Lo que hemos perdido a través del desprecio, lo hemos de conquistar a través del ayuno; inmolemos nuestras vidas con el ayuno, puesto que no hay nada más importante que podamos ofrecer a Dios, tal como da pruebas de ello el profeta cuando dice: «El sacrificio que Dios quiere es un corazón quebrantado; el corazón quebrantado y humillado, Dios no lo desprecia» (Sal 50,19). Ofrece, pues, a Dios tu vida, ofrece la oblación del ayuno para que le llegue a Él una ofrenda pura, un sacrificio santo, una víctima viva que interceda en favor tuyo…
 Mas, para que estos dones sean agradables es preciso que vayan seguidos por la misericordia. El ayuno no da ningún fruto si no es regado por la misericordia; el ayuno se convierte en menos árido acompañado de la misericordia; lo que es la lluvia para la tierra, lo es la misericordia para el ayuno. El que ayuna puede muy bien cultivar su corazón, purificar su carne, arrancar vicios, sembrar virtudes: si no derrama sobre ellos la misericordia, no recoge ningún fruto.
 Tú que ayunas, tu campo ayuna también si le privas de la misericordia; tú que ayunas, lo que esparces a través de la misericordia, crecerá de nuevo en tu granero. Para no despilfarrar por tu avaricia, recoge por tu generosidad. Cuanto das al pobre, te lo das a ti mismo; porque lo que tú no cedes a otro, tampoco tú lo tendrás.
 Un verdadero desafío para mi creyente y cristiano. Debo pues tomar la decisión de ayunar a como Dios manda.
 P. Oscar
padreoscar@avemariatv.com