Por Monseñor Silvio José Báez - En nombre de nuestro Arzobispo y en el mío propio, en este último día de esta V Asamblea Pastoral Arquidiocesana, en primer lugar, me hago eco de sus palabras de agradecimiento al Señor por este evento eclesial que enriquece profundamente el camino de nuestra Iglesia local y fortalece los vínculos de comunión de una Iglesia que quiere vivir la comunión y la participación, que quiere ser misionera, pero a partir de todas las personas que le componen, de las distintas vocaciones y carismas.
Durante su homilía Mons. Brenes ha mencionado varias veces al Espíritu. Creo que ocasiones como éstas son verdaderos momentos fuertes de escucha del Espíritu. Y creo que, a la luz del Nuevo Testamento, esta es la clave para que la Iglesia camine y, camine iluminada por su Señor y Maestro, como discípula y misionera del Evangelio: “¡Escuchar al Espíritu!”. Sabemos que en el libro del Apocalipsis, dirigido a una Iglesia con unos retos muy complejos y muy graves, en medio de persecuciones dolorosas, el estribillo que continuamente vuelve en el libro es: “Escuchar lo que el Espíritu dice a la Iglesia”.
A través de las reflexiones que se han hecho en estos días, del trabajo de los grupos, de las conclusiones que saldrán, hemos intentado escuchar al Espíritu. Es un primer momento de escucha, de escucha fuerte que hemos hecho aquí como Iglesia. Pero este proceso tiene que continuar. Tenemos que seguir escuchando al Espíritu. Esta es la clave para que la Iglesia sea lo que debe ser. Cuando ya la Iglesia no escucha al Espíritu, ya no es la Iglesia de Cristo, porque Cristo existe en el Espíritu después de la Pascua. Por eso la Iglesia debe escuchar al Espíritu.
Yo quisiera humildemente proponer a esta V Asamblea Pastoral de nuestra Arquidiócesis un elemento importante para el camino que emprendemos en estos próximos tres años: hacer una opción clara y decidida por la vida espiritual. Cuando decimos escuchar al Espíritu estamos precisamente hablando de eso que llamamos vida espiritual, que Pablo llama vida en Cristo o vida en el Espíritu. La vida espiritual no es un sector de la vida cristiana sino que es toda la vida que se acoge por la fe, se expresa en el amor y se vive en la esperanza. Si no hacemos una decidida opción por la espiritualidad y por la vida espiritual, corremos el riesgo de quedarnos en la epidermis de los proyectos, de las estructuras, de lo visible, de lo cuantificable.
Optar por la vida espiritual es construir sobre roca. Hace ya muchos años Karl Rahner dijo proféticamente que la Iglesia del futuro, los cristianos del futuro, o serían místicos o no serían cristianos. Hablar de vida cristiana es hablar de la experiencia de la fe, vivida como un don que viene de la escucha de la Palabra; una experiencia que se expresa, porque no tiene otro modo de expresión, sino en el amor, y se vive en un dinamismo de esperanza que nos permite caminar alegres en el Señor aún en medio de la tribulación y de la oscuridad. Pero todo esto va por dentro. Es la acción del Espíritu desde el interior de cada uno.
Creo que nuestras parroquias, comenzando por el párroco y todas las demás estructuras, deberían optar por un camino de interioridad y de vida espiritual intenso, porque esto es lo único que nos garantiza el fruto del trabajo, de los esfuerzos humanos, de las iniciativas pastorales, de los programas y proyectos. Recordemos las palabras del Señor en el capítulo 15 de Juan: “Sin mí, no pueden hacer nada”.
Yo estoy convencido de que la propuesta de “la conversión pastoral” y la exigencia de “la misión permanente”, que son como los grandes caminos que Aparecida ha puesto delante de nosotros, son experiencias espirituales. Cuidado caemos en el engaño de creer que lo que Aparecida nos propone es hacer más. No es hacer más, es hacer mejor, es hacer desde dentro. La misión permanente, la conversión pastoral, son experiencias espirituales. El padre Boanerges Carballo concluía su exposición brillante el otro día con el número 538 de Aparecida, recordándonos que todo se forja y se fragua en el interior de la persona, en el corazón. De ahí que yo creo que al final de esta Asamblea todos deberíamos hacer una opción decidida por la espiritualidad y por la vida interior, por la experiencia que va por dentro, porque esa es la tierra firme sobre la que construimos. Sin eso corremos el riesgo de construir sobre arena como dice el Evangelio. Y cuando viene cualquier viento, cualquier lluvia fuerte, cualquier torrente, echa por tierra la casa. Hay que construir y echar raíces. Y echar raíces es la vida espiritual.
Concluyo añadiendo solamente algo. La vida espiritual es toda la vida cristiana, pero hay una experiencia que es el corazón de la vida espiritual y la vida interior y es la oración. Cuando el Señor nos pide en el capítulo 11 de Lucas orar continuamente, nos está dando la clave de la misión. Cuando Pablo en sus cartas pide a las comunidades oraciones para poder evangelizar, nos está enseñando el secreto del apostolado: es la oración, el corazón de la misión.
La vida espiritual se alimenta y se ejercita de modo no exclusivo pero sí de un modo especialísimo, privilegiado, en la oración. Una oración que debería penetrar primero en el corazón y en la vida de cada uno de nosotros como actitud y como práctica. Esto significa dedicar explícitamente largos ratos del día a estar con el Señor. Para esto eligió Jesús a los apóstoles, para que estuvieran con Él; sólo luego para enviarlos a predicar (cf. Mc 3,13). El envío no habría tenido sentido si no hubieran alimentado primero una fuerte, estrecha, íntima amistad con Él. La oración nos permite ejercitar y nutrir esta experiencia, que es el corazón del apostolado y de la misión.
La oración es ante todo trato personal, amistoso, de diálogo y de escucha silenciosa de Jesús. De ello nace luego la actitud orante de quien busca la voluntad de Dios en todo, de quien se siente animado por el Espíritu, de quien no busca su propio gusto, su propia voluntad, sino lo que Dios quiere. Hay un número de Puebla que pasó inadvertido pero que es de una riqueza extraordinaria. Dice más o menos así: “Quien no aprende a acoger y a adorar en el silencio de la oración la voluntad de Dios, difícilmente lo hará cuando esta misma voluntad le exija renuncia, sacrificio y hasta el martirio en la misión”.
La oración nos va a permitir tomar distancia de los acontecimientos. La oración es un laboratorio interior, en donde a la luz de la Palabra y de la presencia del Señor, elaboramos, examinamos y discernimos. Si no hacemos esto nos vamos a ver arrollados no sólo por el activismo, sino por la complejísima situación social y política que vivimos en el país. La oración nos permite tomar distancia sobre todo para buscar con pasión en cada momento la voluntad de Dios. La oración hará fecunda nuestra vida, va a ser el gran momento del Espíritu para cada misionero y para cada comunidad, en donde el Espíritu bajará como una sombra, como fuego y aire fresco para fecundar nuestra vida, nuestra palabra y nuestra misión.
Yo he tenido la oportunidad de visitar ya casi todas las parroquias de la Arquidiócesis y doy gracias a Dios por la vitalidad que hay en ellas y por el trabajo de los sacerdotes, de los distintos grupos, movimientos y estructuras. Una cosa que resalta en la mayoría de las parroquias es la capilla de adoración perpetua del Santísimo Sacramento. Ojalá fuera el corazón de la parroquia. Ojalá todos fuéramos personas orantes de tiempo completo, de vida interior profunda. Y sobre todo ustedes queridos sacerdotes, ojalá fueran la imagen de Cristo orante, que pasaba noches enteras en oración, que oró antes de elegir a sus apóstoles, que ora en el desierto, que ora en el Jordán, que ora en medio de la multitud al multiplicar el pan, que ora incluso cuando llega el momento de la cruz. Sobre todo nosotros, obispos y sacerdotes, estamos llamados de una manera urgente a volver a la oración personal. Pero en cada parroquia habría que hacer una opción por la oración comunitaria. Una oración que transforme la vida, una oración que vaya de alguna manera nutriendo el espíritu contemplativo y nos vaya convirtiendo en misioneros del evangelio. Este es el espíritu de Aparecida.
Al final de esta Asamblea le damos gracias al Señor por este momento del Espíritu. Lo hemos escuchado, pero lo tenemos que seguir escuchando. El Señor Arzobispo nos lo ha recordado de una forma muy bella, recordando incluso las palabra iniciales de su Santidad Benedicto XVI al inicio del pontificado: no quiero llevar adelante mis planes y hacer mi voluntad. Es lo que tenemos que hacer también nosotros: escuchar al Espíritu. Estoy convencido de que este es el camino que tenemos que seguir, pero no nos engañemos, no escucharemos al Espíritu sin vida interior. No escucharemos al Espíritu sin oración personal diaria. No escucharemos al Espíritu si no somos parroquias orantes, parroquias contemplativas, de profunda experiencia de Jesucristo en la fe y en el amor.
En nombre del Señor Arzobispo y en el mío propio, gracias a todos ustedes por estos tres días, por el esfuerzo que todos han hecho. Saben que él ya lo dijo y ahora lo confirmo yo. Entre él y yo hay una amistad muy grande y una comunión profunda que nace del cariño y la estima mutua, pero que está sobre todo consolidada en la fe y en la comunión de nuestro ministerio episcopal al servicio de esta Iglesia local. Junto con él cuenten también conmigo como amigo, como padre y pastor en todo lo que yo humildemente pueda ayudarles. Sobre todo las parroquias, cuenten con mi oración. LaPastores Gregis de Juan Pablo II nos recuerda a los obispos que esta es nuestra primera misión en la Iglesia: orar por ella. Esto que es misión de los obispos es también misión, vocación y exigencia pastoral de toda la Iglesia.
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INTERVENCIÓN DE S.E. MONS. SILVIO JOSÉ BÁEZ, OBISPO AUXILIAR DE MANAGUA, EN LA MISA DE CLAUSURA DE LA V ASAMPLEA PASTORAL DE LA ARQUIDIÓCESIS DE MANAGUA