domingo, 1 de mayo de 2011

SI TÚ RESUCITAS, RESUCITARÁ EL MUNDO

Pbro.  Oscar Chavarría
Cuando las cosas no salen como uno piensa y quiere, cuando hemos esperado mucho y de repente todo se termina… viene el temor al fracaso, el encerrarse en el pasado, la pena de haber fallado y caído.

Así estaban los Discípulos con la muerte en cruz de Jesús, es por eso que el mismo Jesús fue al encuentro de sus Discípulos y los encontró paralizados por el miedo.

El que había roto los lazos de la muerte tenía que liberar a los que permanecían atados por ella. El Maestro Resucitado vino a contagiar la Resurrección a sus Discípulos.

Lo primero que hace Jesús es mostrarles que lo tienen a Él, vivo, en medio de ellos, y su presencia los llena de paz y alegría. En un mundo que les infunde miedo, ellos tienen en medio al vencedor del mundo.
Con su visita, Jesús les trajo tres preciosos dones. El don de la paz que ellos habían de transmitir a toda la Tierra. El don de la alegría que habría de ser el signo de una vida resucitada y de un nuevo camino. Y el don del Espíritu, que había de capacitarlos para una misión, si ellos resucitan, el mundo lo haría.

Por eso, aquellos cristianos que viven en Resurrección, animan, cambian y transforman el mundo, hacen vida y presencia de la paz, la alegría y de la fuerza del Espíritu, como Juan Pablo II, en su vida, en su camino, en su Pontificado.

Aquí está el desafío de los Discípulos, de tantos hombres y mujeres que han resucitado y hacen que otros también lo hagan, entregándose a un mundo nuevo, una nueva ilusión, una nueva historia. Y me viene a la mente el cuento de Eduardo Galeano: la Resurrección de la Lapa.

Un día una Lapa cayó en la olla que humeaba. Se asomó, se mareó y cayó. Cayó por curiosa, y se ahogó en la sopa caliente. La niña, que era su amiga, lloró.

La naranja se desnudó de su cáscara y se le ofreció de consuelo. El fuego que ardía bajo la olla se arrepintió y se apagó. Del muro se desprendió una piedra. El árbol, inclinado sobre el muro, se estremeció de pena, y todas sus hojas se fueron al suelo.

Como todos los días llegó el viento a peinar el árbol frondoso, y lo encontró pelado. Cuando el viento supo lo que había ocurrido, perdió una ráfaga. La ráfaga abrió la ventana, anduvo sin rumbo por el mundo y se fue al cielo.

Cuando el cielo se enteró de la mala noticia, se puso pálido. Y viendo al cielo blanco, el hombre se quedó sin palabras. El Resucitado quiso saber.

Por fin el hombre recuperó el habla, y contó que la Lapa se había ahogado y la niña había llorado, y la naranja se había desnudado, y el fuego se había apagado y el muro había perdido una piedra, y el árbol había perdido las hojas, y el viento había perdido una ráfaga, y la ventana se había abierto, y el cielo había quedado sin color y el hombre sin palabras.

Entonces el Resucitado reunió toda la tristeza. Y con esos materiales, sus manos pudieron renacer al muerto.
La Lapa que brotó de la pena tuvo plumas rojas del fuego, y plumas azules del cielo, y plumas verdes de las hojas del árbol, y un pico duro de piedra y dorado de naranja, y tuvo palabras humanas para decir, y agua de lágrimas para beber y refrescarse, y tuvo una ventana abierta para escaparse y voló en la ráfaga del viento.

Todos se unieron, todos se entregaron y juntos los Resucitados a una con el Resucitado, hicieron posible que la Lapa Resucitara.