domingo, 16 de junio de 2013

Como Simón el fariseo o como la mujer pecadora

Por Pbro. Oscar Chavarría - Como Simón el fariseo o como la mujer pecadora 

La vida es el don más sagrado que hemos recibido de la mano de Dios. La vida es la gran riqueza ante la cual todas las demás riquezas son o deben ser relativas. La vida es un regalo a mimar y un tesoro a cuidar. Sin embargo, quien más palos recibe siempre en este mundo es precisamente la vida:

La vida se desenvuelve muchas veces entre tensiones y conflictos, unas veces venidos de afuera y otras veces provocados por nosotros mismos. Estas tensiones y conflictos nos suelen dejar cicatrices y heridas muy difíciles de curar.



La vida va acompañada también muchas veces de errores y de actitudes que la desfiguran y maltratan. Con la vida se juega y, en ese juego, quien pierde es la misma vida, como ocurrió con la vida de la mujer del evangelio del título de este escrito.

Cuando la vida no se respeta ni se respetan los principios y valores que la sustentan y dignifican se hace presente el pecado. Todo pecado es como un atentado a la vida, sea la propia o la de los demás, a su dignidad, a sus valores, a sus principios. Por eso mismo, el pecado que es un atentado contra la vida, es también un atentado contra Dios, el Señor de la vida.

En este Evangelio se dan dos maneras de atentar contra la vida:

El Fariseo Simón: que se convierte en juez y condenador sin tener derecho a ello (Lc.7,39). Que esconde su pecado para aparecer un puritano (Lc.7,44-46).Que se cree el bueno y se las echa de bueno a costa de hacer malos a los demás. Que señala a la mujer con el dedo condenador.Que se cree superior y, por ello, se siente ofendido ante la presencia de una mujer pública que está manchando su fama y su honor.
Simón es incapaz de salvar su vida porque no quiere darse cuenta de que la tiene enferma. Jesús no lo pudo salvar porque nunca se creyó enfermo o pecador y es que: "No hay peor ciego que el que no quiere ver." Simón es incapaz de ser feliz porque carece y no sabe amar, ni perdonar de amor. (Lc,7,44-46).

La Mujer pecadora, lo es en verdad y ella lo reconoce al acercarse a Jesús: No quería mucho su vida; no era muy limpia, que digamos. Estaba maltratando su vida. Se vendía a cualquiera que la comprara, no sabemos por qué. Era víctima de una sociedad corrompida.
Pero, sin embargo: Tomó conciencia de su enfermedad y puso el remedio para sanarse. Se dio cuenta de que su vida, por los caminos que llevaba, se estaba deteriorando cada vez más y quiso rescatarla. Se preguntó a quien a acudir, y encontró la respuesta en Jesús:

Jesús es el único que la puede salvar y en su búsqueda llegó a una casa extraña: No le importó lo que pudieran decir de ella al llegar a esa casa. Directamente se acercó a Jesús y regaba sus pies con lágrimas de arrepentimiento (Lc.7,37-38). La mujer pecadora salva su vida porque, efectivamente, “tenía mucho amor” (Lc.7,47). Por eso, Jesús le dice: "Tu fe te ha salvado" (Lc.7,50). Eso no se lo pudo decir a Simón porque Simón ni lloró su pecado, ni creyó que tenía pecado; tenía su vida enferma de gravedad y, lo que es peor, no quiso acercarse al médico que le podía sanar: Jesús.

Sólo es capaz de recuperar su vida y salvarla, quien es capaz de mirarse a sí mismo y darse cuenta de sus enfermedades, de sus pecados, de sus debilidades, de sus errores... como la mujer del evangelio. Sólo entonces encontraremos a un Jesús que nos puede decir como a la pecadora: "Tu fe te ha salvado; vete en paz” (Lc.7,50).

Y cómo eres: ¿como Simón o como la mujer pecadora? Cómo seas acuérdate de recurrir a Jesús fuente de vida.


P. Óscar


El Señor te bendiga y te guarde, que el Señor te bendiga y tenga de ti misericordia, que el Señor te bendiga y te conceda su paz.