jueves, 30 de septiembre de 2010

EL QUE NO ORA CON LA BIBLIA, NO SABE LO QUE SE PIERDE

En este mes de la Biblia, hemos realizado diferentes encuentros con la Palabra de Dios y me encontré con una Monjita Amiga mía Sor Lastenia. Compartimos la experiencia de la Palabra en su vida y siendo una mujer de oración le pedí me diera unos consejos para orar la Palabra; sus ojitos se le pusieron brillantes haciendo evidente que es una persona que Ama la Palabra... que testimonio más lindo. Me decía, sabe Padre, el que no ora con la Biblia no sabe lo que se pierde.

Mire, me dice: De inicio, orar es dialogar con Dios, pero para conversar con Él necesitamos escucharlo. Dios nos habla de manera especial a través de Su Palabra. Es escuchándolo como recibimos su Amor Misericordioso, Su llamado a vivir cerca de Él y Su invitación a colaborar en la misión de Jesús. Su Palabra nos da a conocer sus designios maravillosos para con nosotros y nos ayuda a descubrir el sentido de nuestra vida.

La otra parte de la oración es nuestra respuesta a Dios, la cual no se da sólo en los momentos en que oramos, sino que se extiende a la vida entera. De esta manera nuestras actividades diarias se convierten también en oración. Para vivir en unión con Dios necesitamos orar tanto individualmente como en comunidad.

La oración personal nos permite dialogar íntimamente con nuestro Creador, estrechar nuestra relación con Jesús y gozar con la acción del Espíritu Santo en nosotros.

Yo vivo en una Comunidad y la oración comunitaria refuerza nuestra fe, nos ayuda a dejarnos guiar por la Palabra de Dios, nos exige autenticidad ante nuestros hermanos, nos une con la comunidad eclesial en todo el mundo y con la Iglesia triunfante que ya goza de la eternidad de Dios.

Cuando leo la Biblia, sé que no es como la lectura de cualquier otro libro. La disposición que tenga y la actitud que asuma son vitales cuando leo la Sagrada Escritura. Al orar con la Biblia comparto la experiencia de muchos hombres y mujeres a través de los tiempos. En ella me encuentro con Dios, un Dios vivo que ama, que opta por cada uno de nosotros y que nos llama a ser constructores de su Reino.

Cuando María visita a Isabel, ella alaba al Señor por todo lo que ha hecho en su vida, así también te invito a hacerlo de corazón. Tomó la Santa Biblia en sus manos, me dio otra y leímos el Evangelio de San Lucas 2,39-54:

Por entonces María tomó su decisión y se fue, sin más demora, a una ciudad ubicada en los cerros de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Al oír Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó en alta voz: «¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas. ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!» María dijo entonces:

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador,
porque se fijó en su humilde esclava,
y desde ahora todas las generaciones me dirán feliz.

El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí:
¡Santo es su Nombre!
Muestra su misericordia siglo tras siglo
a todos aquellos que viven en su presencia.

Dio un golpe con todo su poder:
deshizo a los soberbios y sus planes.
Derribó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos,
y despidió a los ricos con las manos vacías.

Socorrió a Israel, su siervo, se acordó de su misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
a Abraham y a sus descendientes para siempre

Sigamos este consejo de la Monjita, y hagamos vida la Palabra de Dios en nuestras vidas. Amén

P. Oscar
padreoscar@avemariatv.com