sábado, 5 de febrero de 2011

Lecturas: V Domingo del Tiempo Ordinario A

Libro de Isaías 58,7-10. 
Compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no despreocuparte de tu propia carne. 
Entonces despuntará tu luz como la aurora y tu llaga no tardará en cicatrizar; delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. 
Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: "¡Aquí estoy!". 
si ofreces tu pan al hambriento y sacias al que vive en la penuria, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como el mediodía. 

Salmo 112(111),4-5.6-7.8-9. 
Para los buenos brilla una luz en las tinieblas : es el Bondadoso, el Compasivo y el Justo.
Dichoso el que se compadece y da prestado, y administra sus negocios con rectitud.
El justo no vacilará jamás, su recuerdo permanecerá para siempre.
No tendrá que temer malas noticias : su corazón está firme, confiado en el Señor.
Su ánimo está seguro, y no temerá, hasta que vea la derrota de sus enemigos. 
El da abundantemente a los pobres : su generosidad permanecerá para siempre, y alzará su frente con dignidad.

Carta I de San Pablo a los Corintios 2,1-5. 
Por mi parte, hermanos, cuando los visité para anunciarles el misterio de Dios, no llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría. 
Al contrario, no quise saber nada, fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado. 
Por eso, me presenté ante ustedes débil, temeroso y vacilante. 
Mi palabra y mi predicación no tenían nada de la argumentación persuasiva de la sabiduría humana, sino que eran demostración del poder del Espíritu, 
para que ustedes no basaran su fe en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. 

Evangelio según San Mateo 5,13-16. 
Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. 
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. 
Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. 
Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.