Por: Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne, Arzobispo de Lima y Primado del Perú - La reconciliación es un concepto relacionado con la acción que Jesucristo vino a cumplir en la Tierra. La reconciliación es incompatible con la frivolidad política y la hipocresía social que se aprovecha del término y lo vacía de su contenido. La reconciliación no es compatible con la dictadura del relativismo, en el que es lo mismo lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo. El mundo moderno tiende a proponernos un pensamiento único, propiedad de un grupo que ideológicamente se siente dueño de lo que ellos llaman tolerancia y que consiste en adherir su opinión. ¡Pobre del que no esté de acuerdo con ellos!
Algunos intelectuales y académicos han abandonado las normas morales naturales. Propugnan el pensamiento único y creen saberlo todo: para ellos no existe el diálogo ni el respeto de otras opiniones y descalifican e insultan bajo premisas políticamente correctas establecidas por ellos. La disyuntiva es dogmática: o estás de acuerdo con ellos o te atacan con ideas parcialmente verdaderas y parcialmente falsas. En resumen, con una gran mentira.
Cuando hablamos de reconciliación, lo primero que hay que poner sobre la mesa es la verdad. Cuando la verdad es interpretada solo por un grupo y sesgada, podemos sentir que se nos impone el pensamiento único, una opinión totalitaria y no la verdad objetiva. Hablar sinceramente de la reconciliación pasa por el respeto a la verdad en sí misma.
El 18 de abril del 2005, el entonces cardenal Joseph Ratzinger, en la misa para la elección del Sumo Pontífice, afirmó que “si al hombre se le excluye de la verdad, entonces lo único que puede dominar sobre él es lo accidental, lo arbitrario. Por eso no es fundamentalismo, sino un deber de la humanidad el proteger al hombre contra la dictadura de lo accidental que ha llegado a hacerse absoluto […]”.
Otro campo para buscar la reconciliación es la libertad. El Comercio, por ejemplo, ha sido criticado por expresar sus ideas con Veracidad e Independencia, sin pedirle permiso al pensamiento único y sin hacer eco de insultos que ofenden a la ciudadanía. La reconciliación tiene que ver con la justicia que permite a cada quien expresarse libremente, a decir la verdad y exponer su opinión.
Las revoluciones siempre hablan de un futuro maravilloso, pero llegado el revolucionario al poder, se acaba la libertad y el revolucionario quiere programarnos el futuro. Aparece la violencia, primero la de la mentira que hace la caricatura de la futura víctima, y luego se desencadena la física y coactiva, la callejera, la de las piedras, marchas e incendios.
En todos los procesos electorales del mundo, sé que los periodistas exponen sus puntos de vista, según su orientación, y los medios hacen lo mismo. Sin embargo, ahora hay quienes quieren explicar que está prohibido opinar de un determinado modo y que hay que alinearse al pensamiento único. Si no es así, se dice arbitrariamente que no hay libertad. Esta falacia se la podemos aplicar a los diferentes medios que tienen líneas de pensamiento muy diferentes pero en consonancia con el pensamiento único.
La tolerancia es una virtud para ser ejercida por todas las personas. Es una virtud civil de los que tenemos inteligencia y capacidad de análisis y podemos pensar con libertad sin ofender ni insultar al que piensa distinto. No puede utilizarse un argumento del pasado para inhabilitar a una generación por los errores de la anterior, así acabaríamos juzgando a Adán y Eva por el pecado original.
“Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto como demuestra la historia”, dijo Juan Pablo II. Frente al pensamiento único, que oigo constantemente estos días, tengo el deber de recordar la doctrina social de la Iglesia Católica a mi pueblo, porque debemos reconducirnos por caminos de reconciliación y no de engaño, con la gracia de Dios y la libre respuesta de los hombres en los asuntos temporales. Si esto no se entiende, se nos viene un futuro desalentador y poco democrático.