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Pbro. Oscar Chavarría |
Estaba conversando con unos hermanos de la Comunidad, sobre cómo vivimos hoy nuestra fe, unas veces sin el Espíritu Santo y otras, con el Espíritu Santo, y teniendo presente "Recibirán la fuerza del Espíritu Santo cuando venga sobre ustedes y serán mis testigos" (Hch 1,8)
Sin el Espíritu Santo, Dios no solo está lejos, sino que es infinita lejanía. Con el Espíritu Santo y gracias a Él, Dios es cercanía, infinita ternura, amor, amistad, presencia viva, misericordia entrañable. Por eso, nuestra actitud ante Él es la adoración estremecida, la fe inquebrantable en su amor, la ilimitada confianza, la docilidad activa, la cooperación responsable y la alabanza agradecida.
Sin el Espíritu, Jesús es un personaje histórico, que nos dejó, un magnífico ejemplo de vida y mensaje doctrinal; pero, nada más. Con el Espíritu, en cambio, Jesucristo está infinitamente vivo y presente y es la persona más actual del universo, contemporáneo de todos los hombres: más íntimo a nosotros que nosotros mismos.
Sin el Espíritu Santo, el Evangelio es un libro más. Con el Espíritu, el Evangelio es una persona viva y vivificante, cuya palabra es fuerza y poder de vida, que todo lo ilumina, que da sentido a todo y que es capaz de transformar por dentro al hombre y la sociedad entera. Con el Espíritu, el Evangelio es perenne actualidad.
Sin el Espíritu, la Iglesia no pasa de ser una simple organización. Una institución con fines culturales, humanitarios y, sobre todo, religiosos. Sin embargo, con el Espíritu Santo, la Iglesia es un misterio: la realización histórica y social del plan salvador de Dios sobre la humanidad, presencia visible del Cristo invisible, instrumento del Espíritu en la salvación de los hombres. Con el Espíritu, la Iglesia es comunión de vida con Dios en Jesucristo, que se hace comunión de vida con los hombres.
Sin el Espíritu de Jesús, la autoridad es poder y dominio. ¿No se la ha entendido en muchos momentos de la historia, en abierto contraste con el mismo Evangelio? En cambio, con el Espíritu Santo, la autoridad es servicio humilde de amor a los hermanos y por lo mismo, un auténtico servicio de liberación, que garantiza y promueve la verdadera libertad de los hijos de Dios.
Sin el Espíritu, la misión se queda en simple programación. Sin el Espíritu, el apostolado es actividad humana, asistencial, mero activismo. Con el Espíritu Santo, en cambio, la misión es una mística, porque es una acción del mismo Espíritu a través de nosotros, y se convierte en un nuevo pentecostés.
Sin el Espíritu Santo, el culto es una serie de ritos y de ceremonias y la liturgia es un recuerdo de acontecimientos pasados. Con el Espíritu, el culto es vida y la liturgia es recuerdo vivo y actualización del misterio de Cristo: encarnación, vida, pasión, muerte, resurrección. Gracias al Espíritu Santo, la liturgia es una acción personal de Cristo, que revive y actualiza, con nosotros y para nosotros, todo su misterio.
Sin el Espíritu, la vida cristiana deja de serlo, porque ya no es una vida en Cristo y desde Cristo; y deja de ser verdaderamente espiritual, porque no es una vida en el Espíritu y desde el Espíritu. Sin embargo, con el Espíritu Santo, la vida es de verdad cristiana y espiritual, porque Cristo y el Espíritu son de verdad los auténticos protagonistas de esta vida, y el hombre y la mujer, se deja guiar, "vivir" y vivificar por Ellos, alcanzando, de este modo, la más alta cumbre de la humanización y de la divinización.
Por eso, vivir con el Espíritu, es unirnos a la oración de Jesús por este nuevo pueblo santo: "Conságralos mediante la verdad: tu Palabra es verdad. Así como tú me has enviado al mundo, así yo también los envío al mundo, y por ellos ofrezco el sacrificio, para que también ellos sean consagrados en la verdad. No ruego solo por estos, sino también por todos aquellos que creerán en mí por su palabra. Que todos sean uno como tú, Padre, estás en mí y yo en ti. Que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,17-19).
LA PRENSA, RELIGIÓN Y FE - Por: Pbro. Oscar Chavarría